A andar por la derecha
La sub-directora del colegio era una señora muy vulgar. Sus ademanes, su físico, su voz, eran vulgares. Hasta sus uñas tenían ese aspecto de bruja o de ... ¡Con lo que se pagaba en aquel colegio! Debieron considerar mejor a alguien que hiciera juego con la Directora, que tenía aquel porte, aquella mirada, la cabeza siempre alta, aquellos gestos de quien ha conocido Francia y ha vivido en un Château. Una mujer de alcurnia, esa doña Herminia. Una señora recta pero educadísima. Siempre con vestidos de impecable caida, correctísimamente ataviada, sin muchas alhajas, pero bien accesorizada. De hablar perfecto y femenino. Su única desventaja era el pelo, que quizá iba muy endurecido por el esprei.
Un día, Uri se hizo de un gancho. Cogió una percha de alambre, la desenredó, la extendió y luego la curvó un poco, otro poco en la punta, la metió por una de las ventanas de hojas de madera de la puerta del primero de bachillerato y aguardó a que ella entrara, provocada, por supuesto, por salvaguardar la disciplina de nuestro salón. Que entrara la sub-directora, creo que está claro.
Yo me quedaba tiesa en mi silla, la primera de mi fila. Todo lo gozaba a la distancia porque me faltaban las agallas para hacer esas cosas, pero bien que las pensaba y llegaba a casa a rememorar las aventuras de Uri como si ella fuera Pippi Calzas Largas, una "outlaw" niña.
- ¡Aquí viene! - y todas se sentaron rapidísimo en sus butacas, como si nada pasara y recuerdo que al lado mío se sentaba la niña más fina de todas, delicadísima joven que esquiaba en sus vacaciones de navidad y cuya casa era el sueño de un arquitecto, con piscina en cascada. A esa hermosísima joven, que además es prima de mis primos pero en el colegio se hace la que no sabe nada, en el juye-juye, se le salió un gas, por decirlo con decoro, y sonó altísimo y nadie se dió cuenta salvo por mí; a lo que ella, con ojos lagrimosos, cejas encorvadas, se puso un dedo en la boca a manera de súplica. Pasó un tiempo largo para que yo reaccionara, pero por supuesto asentí y le dije que no se preocupara. Y pensé, -Mira qué cosa, ella es humana-. Por que tenía la obsesión que sólo las personas de mi casa eran los que iban al baño a defecar. Con mucha sinceridad yo creia eso.
Entra la señora con su típico andar en zapatos ortopédicos, resollando, abriendo la puerta con su mano regordeta llena de púas a manera de uñas, de un rojo nunca visto y con su voz muy vulgar, habla de la disciplina, del decoro. ¿Qué tanto decoro podría enseñarnos esta señora? Nunca he entendido que alguien utilice palabras que no conoce. Y su perorata se ampliaba y su cabello subía y bajaba. Todas explotadas de la risa, las 28 del primero "C", y ella a molestarse y el cabello subiendo y mal colocándosele en la cabeza, y la señora ni cuenta porque su rabia ante tal falta de decoro era mayor que su sentido del tacto, y el peluquín pelimarrojizo, bailando.
Finalmente, se va, nos pone en suspensión la nota de disciplina del mes, - ¡A todas, he dicho! -, y el primero "C' arrastraba del asco y la risa. Hasta María Isabel, que era la representante del curso, no pudo contener sus carcajadas en voz alta.
La siguiente de Uri fue "la vaca". Erase esta señora una profesora de matemáticas inmensa, que gozaba diciendo que ella, de joven, había sido una chica Barbizón. Sí, decía Barbizón, con acento en la última sílaba, mientras se agarraba con sus uñas muy largas y pintadas, todas las cadenas que descansaban sobre su clavícula, las acariciaba desde arriba hasta abajo, las soltaba y las volvía a coger para hacer lo mismo, abriendo mucho los dedos de la mano antes de estrallarlos en su pecho para, al final de la línea de cadenas, ponerlos como un pico.
A "la vaca" le tocaba el período de clases que precede al recreo. Tenía muchas manías de las que puedo hablar largo y tendido, pero solo tocaré tres porque eran demasiado peculiares. Lo primero era que se sentaba en la mesa de su escritorio y no en la silla. Sin importar sus dimensiones, procedía a sembrarse en el borde de la derecha de la parte frontal, tomaba el atril y se lo ponía enfrente. Pero eso no es del todo peculiar, si no extrañara tanto la manera en que tomaba el atril entre las piernas, como si fuera una lucha libre y ella lo pensara estrangular entre sus pantorrillas. Siempre que lo hacía, una vocecilla en mi cabeza decía: "aaaprieeta, aprieta, aaaprieeetaaaaaa".
Lo segundo era que escupía mientras hablaba. No una salivita, no una llovizna, sinó verdaderos escupitajos, todo un ciclón. Las de mi curso eran malvadas. Eramos el curso con mayor excelencia académica de los cuatro de nuestro mismo grado, pero éramos malvadas. La mayoría procedía a sentarse en el piso para copiar mejor la pizarra, era un áula hecha como en un zaguán, laaaargaaaaa, ocupada hasta la mitad de sillas y algunos días le abrían sombrillas a "la vaca", en su cara. Y ella sin entender, las mandaba a cerrar, que no estaba lloviendo. -Sí, profe, llovió en el recreo, ¿usted no se dió cuenta? Deje que las sombrillas se sequen - Y "la vaca" tan ingenua, lo permitía.
Lo tercero era que explicaba muy bien sus clases. Entonces, procedía a preguntar lo que acababa de exponer de la siguiente manera: - A ver, a ver...- daba una o varias vueltas girando toda sobre el talón de un pié y donde cayera con el dedo -¡Uuuuusté!- Así pedía repetir la explicación. Si respondíamos bien, daba varias vueltas sobre su eje y casi gritaba un enfático: -¡Cooorrecto!-Nosotras nos arrastrábamos de la risa ante tal despliegue de payasería. Ella creía que aquello era "cool". Tan ingénua después de todo "la vaquita". Ay, shú.
Lo cierto es que Uri, audaz Uri, empezó a regar el rumor de que los olores fétidos que a veces invadían nuestra aula luego del recreo, eran ocasionados por "la vaca", que le pedía a cada gente que pasara por "GO" y dejara parte de su alimento en sus manos. Mi querida compañera Uri se buscó un radio grabador de cassettes, que era lo que se usaba entonces por allá por 1986. Estratégicamente lo colocó bocinas arriba debajo de la esquinita de la profe, enchufado y grabando.
Tuvimos que huir hasta la Santa Catalina, que quedaba en el edificio de primaria, para escuchar la cinta. Cuál no sería nuestra sorpresa al escuchar que Uri estaba en lo cierto. Cuando "la vaca" se ladeaba a la derecha y a la izquierda, que parecía acomodarse en su mesa, se escuchaba un sonidito bombardero y otras veces, el mismo sonido de una vejiga que desinfla. Y risa, y risa, y la profe Willin que pasa y pregunta qué hacemos en primaria, y nosotras nos desternillábamos y no le podíamos decir. Y risa y risa y más risa.
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