Equal
El Malecón se cae. Todos los camiones ahora se desvían por el frente de la casa de mi mamá y, entre los frenos y el ruido, dá vértigo. Parecen ruidos de accidentes, cada tres segundos. Van enclochando, frenando y acelerando y se les escucha un sonido como de caldera soltando humo, parecidos a vapor de barco. Cruza la vecina nueva a tomar café y a soltarnos muchas historias tristes ¡con una felicidad! Eso nada más le pasa a mi mamá.
En mi edificio somos 14 familias y, de un lindo saludo, no pasamos. Claro que está doña Rhyna, a quien siempre le llevamos dulce y es de trato elegante. También Irma y Patricia, con quienes puedo tomarme un café, aunque sean mayores que yo porque son unas señoras que parecen de mi edad, con sus ropas juveniles y su alegría. Pero nuestras confianzas tienen muros que nunca vamos a derribar. Hemos llevado a comer pizza a los niños, Covi y yo, que somos las contemporáneas de la torre, pero no nos lamemos heridas. Al menos, no todavía, y ni creo que lo lleguemos a hacer. Qué bellas tus hijas, qué bellos tus hijos. Mua, mua y adiós.
Sirvo su taza. Eridania ha puesto la taza y el platito de la vecina completamente diferentes. Odio darme cuenta del mínimo detalle porque la única que sufre soy yo. Un Equal, por favor. Lo echo y se disuelve. Al café no se le nota si tiene azúcar o no.
A mami le van con todas las historias, toda la gente, pero es que ella tiene azúcar en la sangre. A veces la gente entiende que soy igual, pero yo soy como sustituto de azúcar. Puedo llegar a empalagar, pero lo más probable es que si abusas de mí, te deje con el paladar amargo. Eso lo aprendí gracias a la cantidad de dosis de abuso emocional que me dispensara mi madrastra. Así que miro desconfiada a la vecina. Con el ceño fruncido, al principio sin darme cuenta; al final, a propósito. Pero ella no entiende. No es su costumbre escuchar los gestos ajenos. Está en sus aguas perpetuando una historia para que caigamos rendidos en sus redes que buscan la compasión pero ¡es tan mala actriz!
Habla del hermano que murió de cáncer, pero leo entre líneas y en su gesto acelerado al hablar de ello, que murió de sida. Que si un maricón reconocido y de apellido era su mejor amigo y le dejó un apartamento donde ahora viven su madre y un Pomeranian que era el hijo de su difunto hermano que repartió los bienes en vida cuando le dijeron de su enfermedad terminal. De que esa gente es lo máximo, que le prepararon el entierro y cuando ella vino a llegar a la funeraria, directamente del aeropuerto; el maricón encopetado junto a un grupo enorme de nombres gays masculinos, le tenían una mesa parson llena de fotos, incluyendo los viajes en crucero del grupito. El hermano, entrado en años, soltero; sólo tenía amigos maricones. Mire, hermano, que yo sí que he tenido muchos amigos, muchos pudieran tildarse de solterones y andar en grupo con otros hombres pero no hay uno que sea maricón ni se le confunda. La vecina no sabe que yo conozco a los hijos del hombre y cree que el apellido es lo único que vamos a escuchar, como las demás gentes a quienes les atraen la fluorescencia y no la moral.
En una salimos porque sonó a que chocaron duro, pero era un frenazo de patana al darse cuenta del semáforo. El café de la vecina se le enfrió porque no paraba de contar y contar su asunto.
Vino el hijo de la vecina, que tiene como 13 años, a darle con el zapato a Tommy, el perrito de mami. Tuve que llamarle la atención porque mami lo vé, se irrita por dentro pero es incapaz de poner límites en su propia casa, y se hace la chiva loca para después que el otro ya se ha instalado full, andarse quejando. Vino el hijo chiquito de la vecina a llamar a mis hijos con la autoridad con que se llama a un perro, de verdad, no es por mordaz que lo digo, pero él creía que yo soy mi mamá, o que mis hijos, por mansos, son imbéciles; así que, a la segunda, le dije que no, que así no se les habla a niños más chiquitos, pero antes, mi hijo mayor también le dijo algo y se escapó de su yugo. La segunda vez que volvió con su llamado canino, fue cuando le dije eso, porque yo no me meto en pleito de muchachos, pero el carajito le lleva seis años al más grande mio, aunque son casi del mismo tamaño. Entonces, para probarme porque me miraba desafiante, empezó a romperle las manos a los míos para que soltaran las canasticas que les dieron en el cumple al que fuimos ayer, y tuve que agarrar las dos malditas canasticas y zumbarlas lejos, porque el niño no entendía hablándole dulce. Al principio mis hijos estaban compartiendo muy felices con él, pero él no tenía fin y los queria todos. La gente no respeta. Dios sabe que me encantan los niños, pero Dios también sabe que no soporto muchacho malcriao y que nunca me meto, pero me jarta tanta mala educación. Y la vecina igualita, nada está pasando, sin parar los labios con la otra historia del hijo que se le mató en Nueva York, que ahora tendría 21 años, contándolo como un chisme, por no decir una broma. Y parándose, porque no es idiota y ya se dá cuenta que me está molestando.
Yo tengo un Master en gente. La vecina no me agrada, pero mi madre le entra a tó y ya le entró a la vecina. Dentro de poco recibiré la llamada de mami quejándose pero fumándosela.
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