Familia Ortiz Díaz

Thursday, October 18, 2007

Postilla

Lo siento en el corazón y con los ojos, yo a él lo siento. Lo siento tanto. No me había dado cuenta del tanto hasta que me regalaron la misma revista que siempre me regalan porque es gratuita y allí lo ví. Fue como una doble cortesía el que me entregaran las paginitas de 1/4 satinadas, bien impresas, con portada semi blanda y que él viniera adentro.

Entonces lo busqué en la web y lo encontré. Igual a la vez del único día en que nos encontramos después que yo me convenciera de no tenerlo para siempre por las razones que fuera y que era oscuro y que él iba en su carro y yo en el mio y yo no sabía cuál era el suyo ni él sabía que manejo éste y a pesar de no sabernos nada nos reconocimos por encima de la oscuridad porque ninguna oscuridad puede escondernos. Y yo recuerdo también cómo detuvimos el tránsito esa noche y me miraba fijo y yo me hacía de la vista gorda hasta que finalmente aceleré pero el corazón iba dándome golpetazos como un conejo, nervioso y saltarín.

Lo busqué en la web y lo encontré. Esa maraña de estupideces que te salen en las ventanas emergentes, no me dejaban verlo entero, las cerré y le ví la misma carita de niño y los mismos brazotes y la misma espalda y recordé la vez en que le cambié el nombre, igual que la protagonista que era hermosa y aspiraba a ser ella, aunque Franz dijera "nada que ver contigo porque tu nariz es bombolona", ella era bella y yo era ella. Busqué por todas las fotos con curiosidad sintiéndome tan vieja y tan entrometida porque, qué es lo que hago viéndolas una a una, acaso tengo el permiso del escrutinio. Pero terminé con el bump adentro y me expuse más rápido que una Polaroid.

Y otra casualidad me entregó su voz y sus palabras. A veces incoherentes, a veces concretas, a veces entendiendo mi decisión de no quererlo, otras veces añorándolo como si acabáramos de terminar por esas estúpidas razones que bien podrían haberme forjado una felicidad plena. Me corté el pelo para que se fuera con el exceso la herida.

Me lo sentía ahí, creciendo todo el tiempo, formándose en su costra dura...hasta que tuve el valor de arrancármelo al pobre que no tiene la culpa de que yo lo proyecte, no es su voluntad crecer en mí, él es un glóbulo blanco que tiene otra función en la vida, él solamente me protege.

Ha vuelto a crecer varias veces desde entonces y cada vez que me lo despego, siento el dolor de que se vaya casi con placer o alivio, seguido por una blandura que arde porque es costumbre que esté allí, luego una ranurita que pide que vuelva y finalmente la segunda piel, dura, dura, durísima; que es mía aunque yo no quiera tenerla, aunque haya caido en el vicio de pasarme las yemas de los dedos a ver si sigue ahí, a ver qué forma tiene ahora, a ver qué teje en su costra, a ver cuándo se quitará para siempre, cuándo tendrá la desfachatez de irse y al fin dejarme sola.

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