Familia Ortiz Díaz

Thursday, October 18, 2007

Canvas

Hicimos empatía de inmediato. Ella estaba en mi carro por circunstancias benévolas, pero también había otra ocupando un asiento y no hice empatía con ella, a pesar de que las probabilidades tendían a Gina, puesto que la conocía de antes. Gina me había vendido mi apartamento pero era distante. Como de la clase de distancia que no tiene que ver con las palabras sinó con lo de adentro. Entonces, con Claudia fue como que ella estaba ahí, muy presente, fuera porque nuestros temperamentos tienen esa tendencia a abrirse o cualquier otra cosa que ella tuviera que me fuera agradable, Claudia se quedó conmigo. La doblé y la guardé en una gaveta porque es imposible hacerla desechable. No existe esa fórmula con ella.

Luego, el tiempo y el lugar nos fue saludando con frecuencia, la ceremonia de graduación a la que asistieron su hijo y el mio nos trajo un nuevo saludo, uno al que se le sentó encima una esperanza, moviendo sus patas traseras y chirriando. En las clases de la tarde, donde todas comentaban algunas cosas banales porque eran desconocidas; Claudia, Rosa Mary y yo nos envolvimos, nos hablamos de lo mismo, nos incluimos una a otra y nos dimos cuenta de que nos ocupaban las mismas ocupaciones que sólo ocupan a quien se deja ocupar por ellas. E hicimos un trípode. En su atrayente tienda nos topamos alguna vez, no sabía que ella tuviera algo que ver con esa tienda de la que soy clienta, pero resultó que sí, que ella era algo así como la administradora o dueña, porque vivo en esa clase de incoherencia que se preocupa del otro sin prestar atención a ciertos detalles.

En la tarde, una que se derretía del calor en mi cara, tenía vergüenza de haber llegado a la plaza con esa cara, aunque necesitaba comprar un papel para mis dibujos en las tres ces. Allí estaba Claudia pero saludando a alguien más, como leeejos. Luego que se acerca y nuestro intercambio fue para quedar juntas. Así acordamos algunas cosas. Acordamos asuntos de trabajo, como de dinero, asuntos que en realidad no me dicen nada pero me sonaron bien porque ella los dijo. Lo que estaba tácito era la incipiente afinidad. Desdoblé a Claudia, la senté frente a mí con café, bisutería, libros, palabras, con imágenes de diseño, con arte y hasta con cariño, para hacerla una persona que también me ha desdoblado porque, de alguna manera inexplicable, quiere intercambiar opiniones conmigo.

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