Familia Ortiz Díaz

Thursday, May 18, 2006

Mal de Ojo

No he tenido una sola hortensia adentro de casa que no haya dejado su flor en los ojos de los envidiosos que dicen: "¡Qué linda! ¿Cómo es que se te dan esas flores tan difíciles?"

Corta imaginación

Acabo de leer una cita de alguien cuyo nombre no me dice nada (Dan Zadra) pero sus palabras todavía me martillan: "Preocuparse es darle mal uso a la imaginación." Qué inteligentes palabras, me pregunto si Dan también lo era.

Mi pregón

Marchante se autollamaba "Aguacatone" por su pregón. Nunca llevó aguacates por mi casa. Me parece irónico haberlo conocido durante 18 años, haber recibido tanto de él y ser totalmente incapaz de recordar su nombre, a pesar de que siempre lo llamé por su nombre. Eran los demás que lo llamaban Aguacatone. Me gusta llamar a las personas por su nombre pero tengo una dislexia mental que me recuerda nombres ajenos, unos tras otros y no me permite recordar el suyo. Llevo diez años tratando. Su carromato iba lleno de frutas hermosas, coloridas, carnosas. Aguacatone después iba con su hijo a quien alguien una vez me dijo, le dejó el negocio. Nosotros nos mudamos de casa, de corazón, de vida y nos instalamos en esta mente de PC, celulares, carros con aires acondicionados, edificios altos. Yo no he vuelto a escuchar ningún pregón desde que vivo en una quinta. Todavía camino descalza. No por la calzada irregular y caliente de la una de la tarde, sinó sobre suave piso de mármol.

Wednesday, May 17, 2006

Cuando yo era chiquita, crecí

La Metro está llena y no hay otro viaje a San Francisco de Macorís, así que arrastro el bulto hasta la 27 de nuevo. Voy en automático. Como nunca he dicho mucho, ni siquiera los extraños se dan cuenta de que soy incapaz de decirle al chofer del carro público que me quedo antes de que cruce la Leopoldo Navarro. A todos nos basta una indicación gestual. ¿Que quién quiere ir a ese pueblo donde hay nada? Nadie, pero la mamá manda a la hija para que no vea lo que hay en su casa.

Ya desde cuando era pequeña, hermosa y tímida, me había acostumbrado a ser interpretada. Con todo y los malos entendidos, las cosas iban bien. Entonces, me ruborizaba de cualquier cosa pero sonriendo. Entonces yo era una niña bonita. Me horroriza pensar que vivo un cuento de Kafka. Transparente como los lagartos que entran a las casas, horrorosa, repulsiva e invisible, tan expuesta, llena de ridículo yo misma y, para colmo, insípida. Pienso en el valor del dinero. Yo no nací para pensar en el valor del dinero, yo nací para pensar en el adagio para cuerdaS de Barber, yo nací durante los diez minutos y dos segundos del allegro que inaugura el Concierto No. 3 de Mozart. Yo nací, por lo que se supone que estoy viva. Los treinta y cinco pesos del pasaje de la Metro me los mandó abuelita con tio Alexis y estoy segura de que algún día le harán falta. Fuga en La menor para laud de Bach, sobre el ruido del mar. Los diez pesos del pasaje en carro público son lo único que hay en casa y no pensaba gastarlos, pero ahora debo irme en Caribe Tours. Me quedan cinco pesos. Siempre voy a pies, pero este bulto pesa una tonelada y no alcanzaría la próxima guagua. Mis deseos son que la fuga tenga algún mágico poder que haga un trastrueque de mi vida por otra un poco más afortunada. Yo no deseo dinero. Yo deseo estabilidad.

Quiero saber de una vez por todas si es que siempre me han hecho sentir culpabilidad o si es que yo he estado pendiente de todo. Es que no logro poner en perspectiva hasta dónde llegan mis percepciones y hasta dónde llega lo inculcado. Cada vez que inspiro, el aire se queda dando vueltas y no logra satisfacerme. Como si no respirara nunca, por momentos, me falta el oxigeno. Busco que las vibraciones de la nada en la pena produzcan algún eco. No hay palabras adentro. No hay palabras afuera. No hay aire, no hay vida, no hay luz, no hay agua. Un gran murmullo de merengue, roces de neumático sobre el pavimento, gente sudando, moviendo la boca ¿quiénes son esta gente? ¿esta gente son yo o son parte de mi ficción? ¿cuántas ficciones hay entre todos nosotros? ¿seré parte importante del cuento de esa señora que me mira como si me envidiara? ¿qué tengo que le causa envidia? ¿estaré leyendo correctamente su cara? ¿acaso es repulsión lo que le causo? Me parece que a pesar de que no los escucho, tengo un sexto sentido y los descifro y puedo saber con seguridad absoluta que al lado mío hay un hombre que viene de trabajar en algo que requiere fuerza física y que no sabe explicar en su casa que no tiene dinero para la comida de hoy. Parece que tiene hijos pequeños porque sus ojos tienen un dolor muy fuerte y se mueve cansado, portador de un vacío por haberlo dado todo y no recibir ninguna retribución que le alivie el día. Si lo acompañara a su casa, me daría cuenta de que no estoy equivocada. El es el yo que se ha sentado en la silla de mi madre cuando llega con esos mismos ojos. El es el único arenque.

Quiero ser clara para entender ¿cómo es que las demás de mi misma edad logran abstraerse de la realidad, se ponen la ropa que exigieron, van al cine y a todas partes con los amigos, exigiendo estatus sin que les importe cómo lo produce el mundo adulto? Quiero ser shall para crear esa persona que no eres tú pero necesitas ser porque de la manera en que eres sabes que no gustaría. Quiero ser joná para producir una vida de excesos y tapar todo el derredor fétido aunque no se aparte de los ojos y de la nariz.

En viajes de carretera, todo el verde entre Bonao y el lugar de destino, me sembraron pedazos de Angela Hernández, entera a Emily Dickinson y produjeron una mata de cajuiles de Cortázar -carnosos, altos, apetitosos a la vista, coloridos y solamente dulces en almíbar; cuidando si los tocas porque manchan. El cajuil solamente vale por la semilla-. ¿Las personas me verán igual que yo veo a Bonao? ¿Hermoseando verdes de arroz y hortensias pero pantanosa y llena de macos pempén? Que, para colmo, los veo impedidos de moverse y agitándose gelatinosamente mientras mugen como vacas.

Imagino que de tanto verde ligado con maleza, fondo de lodo, que creció en mi pecho, se formó el arroyo que llevo y que me suena todo el tiempo alimentado apenas en mayo por algunas de todas las lluvias. En la ribera derecha, corrientes de agua, eléctricas, contentas, dulcitas. En la otra ribera, una nota sostenida de mugido saliendo de un pantano oscuro. En esta pseudo realidad, vago entre el anhelo de una niñez permanente, la desesperación por anestesia, el luto por el dolor adulto en medio de la adolescencia y la alegría que llevo gracias a la vida espectro que es perfecta y plena y también nervosa. Le he traido al Padre mi corazón y se lo dejo. Lo he cambiado por una National Geographic en inglés, sin cubierta.


NOTA: AÑO 1985, DESPUES DE 1984 Y ANTES DE 1986.

What Kind of Car Are You?