Mayumi
Por primera vez la ví despeinada. Creo que el viento era imposible y anunciaba agua, pero no logro recordar correctamente esa parte. Es más, no elijo rememorar esos detalles vanales salvo por su pelo cortado a la perfección, que iba rasgando su perfil como una herida o una ilustración Manga que viniera de empuñar una katana, clavarla, sacarla y quedarse inmóvil mientras sus ojos se contraen suavemente aligerando la otra carga. Desde la cerrada ventana de mi vehículo, frenada en rojo en el semáforo casi en verde, dos ruedas dentro del cuenco de la isla que hace de cicatriz entre las vías opuestas de esta avenida con nombre extranjero, tarareo "cuando nadie me ve / puedo ser o no ser" y nos quedamos ojo con ojo, pegadas. Mayumi me ve y se tira a correr por la calle directo hacia mí, intenta abrir mi puerta dos veces mientras la observo perpleja, sin hacer nada. Detrás de su figura veo otra más pequeña e idéntica a ella, un clon de Mayumi, una mini ilustración Manga que aparece y desaparece de mi vista como un holograma. Me cuenta rápido, con los ojos acuosos, una historia que no comprendo y parece desesperada. Estás hablando en japonés, le digo sin dejar de verla y sin mover mis labios, no he pensado en bajar el vidrio. El semáforo está en verde y las bocinas del mar de carros parecen una cantata que me apura de manera diferente a como lo hace ella. Inconscientemente piso el acelerador, ella cae en la cuneta y los que vienen detrás de mí le salpican de agua enlodada, ignorando que ella está ahí. Me desplazo en el vehículo hasta donde me dirijo. En realidad, el alguien ajeno que me dirige lo hace por mí. Llego a mi oficina, saco la llave y al querer abrir la puerta veo sus ojos de loca oriental, nunca antes ví una línea que pudiera abrirse y quedarse en un círculo. La imagino tirada en la Lincoln con 27, después de que todos la han salpicado y el palo que él empuña cayendo sobre su espalda, una, dos, tres.