Familia Ortiz Díaz

Tuesday, October 10, 2006

Venecia

Desarropándome, quiero durar un rato más entre las sábanas pero me visto. Hay mucha suciedad en mis zapatos que nunca se han limpiado desde que salieron de su caja. Se han paseado por Europa, Santo Domingo completo y un cumpleaños de niños. Soy una marchanta que lleva de todo en el baúl de las suelas: cabellos, muchos cabellos, catarros, intuyo que escarcha porque hay un brillito desconocido por ahí, aserrín, aceite de carros, asfalto, chiclets escupidos, suspiros de azúcar y los que cayeron al lado de la anciana que me pidió dinero, migajas de galletas, pasto o mejor dicho pasta de hierba, gusanos machacados al paso, sancocho, pastillas de menta trituradas como vidrio de botella Presidente, cemento y grava de la construcción de al lado, moho, lodo, confetti; refresco de uva, de naranja, de merengue y una pepsi cola de dieta; una astillita de yuca, dos juguetes de piñata incrustados, cartón y recortes pequeños de fotos del album que terminé. Yo tengo las plantas llenas de vida mientras las cunetas van exhibiendo excremento y polvo que se ha unido al agua que cayó ahorita; todo es desperdicio.

Y así me subo al vehículo que se supone que deba llevarme todos los días, aunque no haya gasolina en todo el mundo y cuyo suelo intenta formar los rompecabezas que dejaron mis hijos pero todavía no los termina. Nosotros ya hemos bebido el agua veneciana, alcantarillada, subterránea, estancada, un agua corpórea de la boca de él, que se agacha como un perro, con su cabello amarillo empegotado que contrasta con la ropa también sucia y su piel oscura. Y no puedo más que orar por él, acelerando y llorando de paso, porque él no tiene la culpa de estar loco, ni de ser despreciado por tener tanta sed.

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