Playazo
Playa Bonita tuvo el descaro de tragarse mis lentes de sol nuevos, con lo que me cuesta encontrar unos lentes que disimulen mi nariz de frononón y pienso que en verdad no me importó nada que la ola se los llevara porque me trajo todos los recuerdos de mí en bikini en la misma playa que ahora... bajando de un caballo de renta como amazona, con el viento erosionándome la frente… con los que me deseaban babeando protegidos por sus carísimos lentes oscuros, trago en mano, igualito a un comercial de TV. Hombres atléticos y hermoseados porque la ropa que llevan les sienta y es perfecta, hombres que juegan polo y golf y que llegaron hasta Portillo primero porque vinieron en avioneta y duraron un ratito buscando un vehículo de alquiler, sin chofer, para sentirse en control. Hombres que se plantaron en la playa y su presencia opacó el sol. Exhibiendo torsos cuadriculados del Body Shop; cuyo hermoso ejemplar en la muñeca les dice la hora aunque la playa esté muy caliente, aunque estén en mar profundo; manos suaves y arregladas, pelo de corte impecable, agrupados alrededor de un 4 wheel o en la espalda de una lancha de muchos pies, mirando hacia abajo, como si fuera el hoyo 18 y celebraran una victoria que me resulta sosa, hombres que no me gritan ni una palabra pero me mandan un lo-que-sea-que-yo-esté-bebiendo con un mozo y una notita agradable, que lleva encubierta alguna súplica, alguna desesperada existencia. Y que cuando te volteas, si te volteas, levantan su trago sonrientes, esperando que aceptes y le indiques cuándo, también sonriente. Hombres de Jaguar y Mercedes Benz y desayunos en Marocha; hombres de altos negocios, vitalizados por una cuenta corriente que no conoce menos de siete cifras altas, hombres que llenan sus agendas con los números de cuanta mujer en bikini en Playa Bonita o en South Beach o en los otros paradisíacos lugares que visitan a menudo les haya aceptado una bebida, o una comida, o una conversación impersonal que parece muy íntima. Y de repente te das cuenta de que el sol te calcina pero a estos hombres no les sale una gota de sudor, porque estos hombres no sudan; en cambio, si te acercaras, descubrirías que exudan un olorcito leve parecido a un perfume que te hace preguntarte si es el resultado de un jabón o loción de afeitar y que de cualquier manera no importa porque la botella debe costar un sueldo entero, o quizás dos.
Y recuerdo además la repetición de este instante en Neptuno´s, en el Boca Marina, en Aura, en Minitas, en la Marina, en Miami, en Ibiza, en Palmar de Ocoa, este instante con olor a caballo en Jarabacoa, en Génesis, en Punta Cana, en Bávaro, este instante con olor a café en Nueva York, en Paris, en Madrid, en Florencia, en Chicago, en Santo Domingo...cuando envuelta en todo el frescor de una juventud sin desperdicios, con el reflejo de una hermosura que nadie entiende, volteaba mi mirada hacia el mozo y con educada voz le respondía... dígale al señor que muchas gracias pero que estoy acompañada. Y sonreirme a mí misma de contento, de una felicidad sin altanería porque lo que me atrae no viene envuelto ni cuesta dinero y aún cuando estoy sentada y nadie está a mi lado, me acompaña toda Laura, toda vida, toda inmateria, todo Dios.
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